Las emociones que no expresamos, las que reprimimos y fingimos que no existen, son las que se enquistan en nuestro cuerpo y se convierten en enfermendades. La ira reprimida puede provocar bajones o problemas con el corazón, entre otras enfermendades. Así que enfádate para tu bienestar , exprésate para limpiar tu mente y tu alma y ser tú mismo, sano y vacío, y feliz.
Si la ira que provocan determinadas experiencias personales o hechos externos no se expresa, puede ser perjudicial para la bienestar cardiovascular, especialmente de las mujeres.
Es la conclusión a la que han llegado investigadores del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos de la Universidad de Educación a Distancia (UNED).
El trabajo, publicado en el último número de la revista Psicothema, analiza de qué forma afecta la ira a la población femenina. Para ello, las autoras del estudio diferenciaron entre tres tipos de ira: interiorizada, exteriorizada y controlada. La población estudiada estaba formada por 327 mujeres con una edad media de 35,4 años. El 63% de ellas trabajaba; el 22% eran estudiantes; el 12%, amas de casa y el 3% restante estaba sin empleo.
La investigación revela que, comparando la ira manifestada con la interiorizada, es preferible expresarla puesto que, aunque se asocie con mayores niveles de presión sanguínea, de frecuencia cardíaca y una mayor producción de adrenalina (entre otras reacciones), la recuperación hasta los niveles normales es más rápida que si se reprime.
«La represión de la ira hace que esos sentimientos perduren durante mucho más tiempo por lo que, aunque las reacciones no alcancen la misma intensidad, su duración se prolonga, con sus correspondientes alteraciones fisiológicas»
indica Ana M. Pérez-García, coautora del trabajo. Esta expresión del enojo tiene unos límites puesto que «verbalizar la ira no significa caer en actos reprobables», añade la investigadora. Según los expertos, lo preferible desde el punto de vista de la bienestar cardiovascular es controlar el enfado y llevarlo a expresiones emocionales más favorables.
La existencia de la ira es inevitable porque actúa como respuesta natural de adaptación del ser humano a las amenazas. Sin embargo, a pesar de que sea un estado emocional inherente a hombres y mujeres, existen casos en los que la ira no sigue los parámetros «normales» y supone un factor de riesgo para las enfermendades cardiovasculares.
«Lo malo no es enfadarse ante un motivo importante para el individuo o frente a situaciones donde la mayoría de las personas reaccionarían de forma similar», declara Pérez-García. «El problema está cuando uno se enoja demasiado y ante demasiadas cosas, especialmente si la mayor parte de las personas, ante esos mismos hechos, no muestra ira o no con tanta intensidad», añade.
Para mitigar su aparición, los investigadores recomiendan reevaluar positivamente el problema, recurrir al sentido del humor, distraerse, y hacer ejercicio físico. Y, ante los indicios de tensión, tomarse unos segundos y respirar profundamente.
Y es que está claro que es inevitable controlar dónde, cuándo y cómo sentir una determinada emoción (hablemos de la ira o no), pero sí podemos no negarlas:
una emoción fuerte no expresada, siempre deriva en una enfermedad, en una somatización.
Nadie puede prever que la semana entrante experimentará la tristeza como para prepararse para superarla o evitarla. Las emociones entran y salen de nuestra vida con la presteza de los vientos. En un mismo día podemos vivir diferentes emociones: pasar de la alegría al enojo, o de la sorpresa al temor. Pero, si bien no podemos tener control sobre las emociones, sí podemos identificarlas y, por lo tanto, expresarlas.
En más de una ocasión habremos tenido que contenernos de decir lo que sentimos porque el mundo externo no puede adecuarse al universo personal de las emociones.
Una institución bancaria, por ejemplo, por más que ostente un área de reclamaciones, no brindará atención a alguien que llega al lugar gritando. Un reclamo se expone con argumentos, es decir, con «cabeza fría», como suele señalarse a quien no está arrebatado por ninguna emoción.
Sin embargo, suelen ser más las veces que podemos expresar lo que sentimos que aquellas en las que debemos contenernos y callar. Saber cómo hacerlo supone, sin duda, un aprendizaje constante.
Lo más adecuado, para poder expresarnos dentro de los parámetros sociales aceptables es que, después de experimentar la emoción, nos paremos identificarla, buscar la raíz de esa emoción y finalmente busquemos una forma más asertiva de expresarla.
La honestidad, en este punto, es esencial. Si sentimos extrañeza ante un suceso es porque este precisa una explicación. Por consiguiente, tras darse un tiempo para recuperar la calma, será más fácil externalizar con claridad aquello que queramos decir. Hablar desde un lugar de honestidad nos permitirá obtener respuestas sinceras. Y si la otra persona no reacciona como esperamos, es importante también saberlo. El compromiso de honestidad es primero con uno mismo.